Soy un ente estrellado en el vacío,
descascarándome hacia adentro,
apartando el fuego,
despejando el ruido de mis cabellos.
Emano un bello color,
a oscuras reescribo mi luz.
Me hiere el susurro,
los cuerpos, el tiempo.
Mi piel erizada
por el sesgo amoroso de la vida,
interrumpida tumba de valor
acechada en cada mundo.
Disfruto la conexión,
lo breve, el esplendor,
la acupuntura del horror:
un ritual tras cada puerta.
He donado mi cuerpo
y no ha vuelto.
Ha gozado del abandono,
de la espera, del trasfondo,
de la tortura del amante sin mirada
que desgasta y afina mis estados.
Vivo en cada recuerdo,
en cada cuerpo encerrado.
Sobre sus ojos, sentada en sus palmas,
suave, invisible,
broto entre sus dedos,
me elevo al techo
y casi puedo ver mi cara.
Bailo un poco.
Voy a desprenderme.
Pero no quiero.
Solo deseo pertenecer más aquí.
Cada día,
un tenue colapso
construye mi humanidad:
la abstracción más deseada,
la más incompleta
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